Jonathan David Gainz

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A David le gusta ponerse en la barra junto a la ventana. El otro día lo vi bronceado y pensé se había ido a la playa, pero me dijo que es porque el sol le pega durante toda la clase de ballet. Yo en cambio me pongo en la otra esquina del salón evitando los rayos del sol.

La relación que uno adquiere con los compañeros de una clase de ballet siempre me ha parecido muy especial: no hablas con ellos durante la clase, o al menos no debieras; cada quien está concentrado en su propio trabajo personal (rota más, apunta más, estira más, más alto, más grande, más elegante); pero todos bailan, sudan y se mueven a la misma cuenta musical. La relación entre dos compañeros de una clase de danza, en particular de ballet, es una comunión metafísica. Esa es precisamente mi relación con David.

Entonces, podría yo decir que con David he compartido muchos balancés y pirouettes, mas pocas palabras. Por lo tanto, les voy a contar lo que percibo de David, más allá de lo que realmente sé. David tiene una sonrisa gozosa y contagiosa cuyo tamaño es directamente proporcional a su estatura: es bastante alto.

A David simplemente le atrae lo estético, no importa si es de Oriente o de Occidente; masculino o femenino, pop o clásico. A través de su cuenta de Instagram –que a pesar de haberla iniciado hace poco, alimenta asiduamente con fotos de viajes, de su danza y con sus pinturas principalmente en acrílico— David da nota de su genuina admiración por los colores, las formas (principalmente las formas del cuerpo humano) y la historia universal.

A medida que David combina, revuelve y enreda imágenes de su propia sexualidad, del emblemático rostro de la reina del pop, de deidades de la India, de los horóscopos o de funciones de danza en las que ha participado, consigue crear un mosaico hermoso precisamente por su diversidad. Nos muestra que la belleza puede estar en cualquier época, en cualquier lugar del mundo y que merece ser, no únicamente apreciada, sino venerada por su inequívoco carácter divino.

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