Cuando niña, habré tenido ocho años, mi mamá me compró una Ouija de la marca de juguetes Montecarlo- la del conejito trajeado. Supuse se trataba de otro juego de mesa como con los que a mi mamá y a mí nos gustaba pasar las tardes jugando : Serpientes y Escaleras, Parkasé, Damas Chinas, Damas Inglesas.
Emocionada quité el empaque de plástico y abrí la caja de cartón para encontrarme dentro con aquel tablero que asemejaba un avejentado pergamino. Sobre él y en tinta verde se apreciaban las 27 letras del alfabeto, los diez dígitos numéricos y las doce imágenes de los signos zodiacales. En la caja no habían dados, ni fichas, ni cartas; además del tablero, había únicamente un triángulo de plástico color vino tinto, que el instructivo llamaba “el indicador”. Mi mamá me explicó las reglas del juego y enseguida empezamos a jugar. Sentadas en el piso, con las piernas entrelazadas, una de cada lado del tablero y con los dedos de ambas apoyados sobre el indicador le hicimos a la Ouija una pregunta: “¿Cuál es el nombre de nuestro perro?” De inmediato, el indicador se comenzó a deslizar lentamente sobre el tablero deletreando M-A-Q-R-O-L-L: ¡Maqroll, el nombre de nuestro perro! Y así, una a una, la mentada Ouija fue respondiendo acertadamente todas nuestras preguntas. ¡Qué impresión! ¡Qué orgullo! Estaba yo feliz con mi nuevo juguete, se me cocían las habas por presumirla con mis amigas.
¿Cuál no vino siendo mi sorpresa cuando mis coetáneas se mostraron aterrorizadas y hasta escandalizadas con mi Ouija? Me informaron que era cosa del diablo y que sus mamás no las dejarían por ningún motivo jugar esas cosas endemoniadas. Decepcionada guardé mi tablero en incontables ocasiones. Pero, finalmente, una niña, ya sea por argüendera, ignorante de los tremendos riesgos o por desafiante de la oscuridad, aceptó someterse a la partida. Nos sentamos en el piso, una de cada lado del tablero y con los yemas de los dedos de ambas sobre el indicador, le preguntamos: «Ouija, ¿Cómo se llama el niño que le gusta a Susana?» Esperamos un ratito, un rato, un ratote y el mentecato indicador no se dignó a moverse ni un tantito.
«¡Mamá!» Le grité para que fuera a mi cuarto. Ella con calma apagó la hornilla del arroz, dejó la cocina y entró a mi habitación con el delantal aún puesto y una sonrisota de pilla disimulada: «¿Qué pasó, Chinita?», le contesté en tono de berrinche: «¡Mamá, ya no funciona mi Ouija!» Mi amiga y yo la colmamos de reclamos en quejidos unánimes: que si no servía, que si se había descompuesto, que si nos ayudaba. Ella sin quitar esa sonrisa contenida de traviesa nos corrigió, nos explicó que el problema era que no nos estábamos concentrando lo suficiente, que debíamos levantar más las muñecas de las manos y que debíamos sentarnos más derechitas. Nos puso el ejemplo: “Así, miren” y, ¡tarán!, ¡Jaló otra vez! Se paró y se fue. Enseguida la Ouija volvió a chafear: nunca se movió el indicador dichoso si las manos de mi mamá no se posaban sobre él . Frustradas, mi amiga y yo pronto perdimos todo interés y la Ouija quedó arrumbada por muchos años en las entrañas de un clóset .
Así comenzó mi relación, siempre fallida, con lo sobrenatural. Nunca he visto un fantasma, ni he sentido el ala de un ángel, ni mucho menos me he visto beneficiada por el uso de cuarzos o talismanes
A pesar de los propios fracasos, escucho fascinada, no sin un nivel razonable de envidia, las historias de los que sí se han enfrentado a seres del más allá; de los que sí han sido protegidos por amuletos y de los que sí saben usar la Ouija.
Dentro de esta antología de fenómenos sobrenaturales hay algunos que cuentan vivencias similares. Una recurrente es la del “se me subió el muerto”. La gente narra que en la mitad de la noche o, temprano por la mañana, se despiertan sobresaltados, y es entonces cuando ven o sienten la presencia de un ser que se posa sobre de ellos impidiéndoles moverse y en ocasiones, incluso asfixiándolos.
Hace más de un año, yo misma viví algo similar. Me había quedado dormida en el sofá de la sala y a la mañana siguiente, cuando abrí los ojos, mi cuerpo no me respondía, no podía moverlo, era como si hubiera perdido el control sobre él. Duró no más de un minuto y aunque no vi ni sentí ningún ente extraño, fue una sensación altamente angustiante, tanto que me eché a llorar. Pasado el susto, con emoción desbordante, muy contenta, me dije: “¡quizá se me subió el muerto!”
Pero mi felicidad fue demasiado pasajera, para mi mala suerte hace un mes leí la explicación científica a este tipo de experiencias. Tal información me devolvió nuevamente a mi posición de absoluta ignorante y villamelona de las artes ocultas.
Resulta ser que se trata de un fenómeno que médicos y científicos llaman parálisis del sueño y que nos ha ocurrido al menos una vez en la vida al 60% de la población mundial. Aunque es un síntoma de la narcolepsia, el tener un episodio aislado, o incluso varios de ellos, no implica por si sólo ningún tipo de riesgo.
Mas por tratarse de algo tan común y espeluznante, varias culturas le han adjudicado explicaciones paranormales. Los íncubos, súcubos, fantasmas, brujas y extraterrestres son algunos de los señalados como responsables en las diversas mitologías. Los japoneses conocen a la parálisis del sueño con el nombre de kanashibari (atado con metal). Y la palabra pesadilla en inglés: nightmare, originalmente hacía referencia a este fenómeno y se pensaba se debía a la presencia de un demonio que en inglés antiguo se le conocía como mare.
Ahora veamos qué nos dice la ciencia al respecto:
Se han catalogado dos principales fases del sueño: el sueño REM y el sueño NREM; por sus siglas en inglés Rapid Eye Movement (Movimiento Ocular Rápido) y No Rapid Eye Movement (No Movimiento Ocular Rápido), respectivamente.
El sueño REM es mucho más ligero que el abismal sueño NREM donde despertarte requiere no sólo de la alarma el celular, sino de la del reloj en tu buró, de que se enciendan la radio y la podadora del vecino de enfrente y hasta de la noble llamada telefónica de un amigo.
Gracias a electrodos, imágenes de Resonancia Magnética y a la observación, se han podido determinar otras diferencias entre ambas fases:
- Movimiento ocular: Como su nombre lo dice en el sueño REM los globos oculares se ven moverse debajo de los párpados cerrados, mientras que en el NREM se mantienen inmóviles.
- La actividad eléctrica de nuestro cerebro: durante el sueño REM las ondas eléctricas son frenéticas y erráticas, mientras que en el NREM cerebrales son mucho más lentas y sincronizadas.
- Sueños y Parálisis: En el sueño REM, que es la fase en la que se suceden y crean los sueños (nuestra parte favorita del dormir), el cerebro manda a desconectar todos los músculos voluntarios, es decir, únicamente deja funcionando al corazón y aquellos otros músculos que sin su funcionamiento nos moriríamos. Con los músculos voluntarios desconectados quedamos paralizados. De esta manera, aunque en nuestros sueños estemos interpretando una persecución digna del agente 007, nuestro cuerpo permanece a salvo recostado estático sobre la cama.
Los científicos sugieren que en ocasiones despertamos sin que nuestro cerebro se haya liberado del todo de la actividad cerebral relativa al sueño REM. Este desfase entre el estado de vigilia y el del sueño REM, se traduce en que no consigamos movernos aunque estemos despiertos y el que, frecuentemente, la experiencia se asocie con alucinaciones auditivas y visuales.
La próxima vez que tengas un episodio de parálisis del sueño, primero, no te preocupes, suelen durar entre uno y tres minutos, y segundo, no alardees delante de mi, puesto que, lo siento mucho pero, me temo no estás experimentando ningún evento sobrenatural.
Bibiografía:
- WALKER, Matthew (2017): Why we sleep. New York, NY: Scribner.