Un güey en la central de abastos me quería ver la cara: me quería cobrar una guitarra carísima, pero la tal guitarra ni existía; se quería pasar de vivo y me echaba la culpa de que yo se la había perdido. Sin negarle nada lo empezaba a cuestionar que de qué marca era su guitarra y que de qué color, pero el otro no me respondía, entonces me ponía medio loco y le empezaba a gritar que cómo no sabía el color de su guitarra, que si a mí me preguntaras por las características de algo valioso de mi propiedad, te podría contestar sin problemas. ¡Entonces él se ponía bien loco! Me decía que no tenía que probarme nada y que le tenía que pagar la guitarra. Acto seguido, él ya no era un tendero de la central, era un narco —aunque seguíamos en la central— y me quería matar. Yo salía corriendo entre la gente, por los pasillos, pero me acordaba que se me habían olvidado el cubrebocas y la careta y me surgieron la preocupación y la elección entre regresar por mis cosas para no contagiarme y morir de covid o la de morir de un balazo de un narco sin guitarra.
Said Kobeh: un amigo con el que resuelvo cuestiones terrenales los lunes y espirituales los jueves. / Instagram: Said Kobeh