Prismas necios.

¿Acaso podría yo siquiera saber si existía alguna solución? Y en caso de existir, ¿podría yo asegurar que era una única solución? No y otra vez no.

¡Qué de proyectos nos inventamos en la vida para darle sentido a nuestra existencia! Es tan efímera nuestra participación en los anales de la historia, que la justificamos llenándola de misiones por cumplir. Incluso, en el camino nos inventamos metas que, supersticiosamente creemos, de ser alcanzadas nos permitirían morir tranquilos y felices.

Alrededor de cien prismas con la misma base rectangular, pero de diferentes alturas, se presentaban delante de mí. Los había bajitos, medianos y altos. Vi los bloques y supe de inmediato lo qué debía hacer con ellos: apilarlos en varias columnas, uniendo los vértices de las caras de iguales dimensiones de unos y otros para alinearlos y combinar sus variadas alturas para lograr hacer torres de idéntica estatura. Por ejemplo, al apilar todos los prismas más pequeños unos sobre de otros alcanzaban la altura del bloque más alto. El problema era que los bloques que sobraban eran más breves que este mayúsculo, pero al juntar tan sólo dos de ellos ya lo superaban, así que esa no era una solución a mi problema. Eso que me había propuesto lograr era una verdadera epopeya, había prismas pequeñitos y otros altísimos.

Nos jactamos de ser libres, pensamos que cada quien hace o deja de hacer lo que le viene en gana o lo que es capaz de. Sin embargo, a la hora de repasar los archivos de nuestros anhelos podemos ver rastro de una evidente mano negra. Dónde, cuándo y entre quiénes nacimos; dónde, cuándo y entre quiénes crecemos: ese es nuestro verdadero destino. La sociedad, en lo general, nuestra familia, en lo particular, son quienes siembran en nosotros estas expectativas. ¡Cuánto sufrimiento al no satisfacerlas! ¡Cuánto sufrimiento al satisfacerlas y no quedar conformes! Sufre la sociedad, sufre uno, sufrimos. No sabemos no sufrir.

Probé entonces con una estrategia distinta: primero, los ordené de mayor a menor; y dispuse al más alto junto con el más pequeño, luego al segundo más alto con el segundo más pequeño y así consecutivamente. Aunque luego me di cuenta de que tampoco funcionaría, puesto que había muchos prismas más altos que pequeños y había un momento que se disparaban las alturas.    

Gente que da su vida por la patria, por su fe religiosa; personas que se esmeran en sobresalir en su profesión: en ser el mejor tenista, el mejor matemático, el mejor escritor; en ser famosos y reconocidos; para los que tener hijos fundamenta y despliega su paso por la historia.  Y es que hoy en día uno debe de argumentar con bases sólidas que se es merecedor al oxígeno que respira y al espacio que ocupa en la Tierra. ¿Cumples con tus deberes como hijo, como padre, trabajador, pareja, amigo, colega? ¿Aportas a la sociedad o eres un paria? Paria, paria, paria. ¿A la demás gente le gusta lo que haces? ¿Lo acredita? ¿A cuánta gente le gusta? ¿Cuánta gente consiente la forma en que llevas tu vida? ¿Si no les gusta está mal? ¿Si les gusta a pocos está mal?

Se me ocurrió que debía de jugar con el número de bloques. Haría torres con dos prismas, otras con tres, y otras con cuatro, según sus respectivas alturas. A los más pequeños los utilizaría como comodines para rellenar las alturas. Probé y fracasé otra vez. Mas no renuncié, por el contrario, me empeciné en encontrar la estrategia óptima para resolver el desafío.

Tenemos tan diversos leitmotiv que sospecho que no existe, en realidad, otro plan que el propio, el que vamos inventado día con día. También merece la pena observar que entre más atención le dedica uno a una faena se espera obtener mejores rendimientos en esta área. Pero, y ¿todos los demás aspectos que se esperan satisfagamos? Eso, mejor, lo escondemos debajo de la cama, en un armario con llave, lo barremos debajo del tapete, porque –nos consolamos– ni el tiempo es infinito ni mi cabeza y cuerpo podrían cumplir con todas las expectativas. Simplemente la vida no me da para hacerlo todo y lo sabes tú porque también te pasa y lo sé yo porque mi tesis inconclusa palpita estruendosamente en el ático y la culpa por no haberle llamado a mi abuela en su cumpleaños maúlla lapidada en la pared.

En el caso hipotético de que algún día llegara a encontrar la manera de resolver aquel acertijo; tampoco entonces estaría tranquila porque me figuraría de que habría otras estrategias, otros caminos o hasta otras respuestas posibles, me sentiría con la obligación, si no bien con la necesidad, de conocerlos, de buscarlos hasta la fatiga. En tales circunstancias, me lanzaría con los ojos vendados nuevamente al laberinto de la ignorancia, en búsqueda de una salida, de otra salida a la que ya había hallado, pero que quizá para entonces ya la haya olvidado y que, aunque la recordara, no me bastaría, de igual modo que no me bastará esta siguiente que encontrase, si es que la encontrase.

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