Desde arriba de un cerro alcancé a ver un pueblito al pie de la colina que era de otros colores. Colores que nunca antes habíamos visto ni yo ni nadie. No eran tonalidades extravagantes de rojos, verdes o amarillos. No. No eran matices de negros. Tampoco. No eran combinaciones de los colores primarios. No. Eran otros colores.
Debía de recordar estos colores para a mi vuelta contarle a los demás de su existencia.
Observé con detenimiento los tejados de las casas, sus puertas y muros, el campanario, los árboles a la orilla de las calzadas, el empedrado, las plazas y parques, todo estaba pintado con los otros colores.
Contemplaba el paisaje e intentaba descifrar la forma de asirme a su reflejo. Necesitaba una nueva manera de describirles aquel espectro a quienes no habían visto lo que yo. ¿Cómo explicar un color que no es del catálogo convencional? ¿Cómo expresarse del color naranja sin mencionar al amarillo, al rojo o a la fruta cítrica homónima? ¿Cómo hablar de un ser quimérico sin decir que tiene cabeza de tal animal, pero cola de tal otro? ¿Cómo entender al mundo sin nuestros propios referentes? ¿Cómo contarles a los demás acerca de lo que no eres capaz de entender tú mismo?
Lo siento. No lo logré.
Regresé y entre las manos sólo conseguí conservar la seguridad de que existen en el mundo otros colores.
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