Alas de vinil

Hace unos meses me encontré en la calle con una colchoneta arrumbada. Estaba forrada en vinil azul y parecía haber sido abandonado no hacía mucho tiempo. Me la puse sobre la espalda y la sujeté desde las axilas con mis brazos por detrás. Como si fuera una niña, jugué a que eran mis alas y yo un avioncito; corrí en zigzag e imité con mi boca el ruido del motor, prrruuuum, prrrrrr. De súbito, un fuerte viento golpeó mis “alas” y, ¡oh, sorpresa! quedé suspendida en el aire. No estaba ni a diez centímetros de distancia del suelo, mas un tremendo vértigo recorrió mis vísceras, aquella emoción que suelen describir como mariposas en el estómago. Me asusté tanto que solté la colchoneta de inmediato; ésta se desplomó y sobre de ella mi peso entero. Aterricé con poca gracia, pero sin hacerme daño. 

Cual resorte me puse de pie en un santiamén y miré en picada con desconfianza e incomprensión a la derribada colchoneta. Se veía indefensa y exánime, pero me constaba que había cobrado vida y me había alzado por los cielos desafiando la Ley de la Gravitación Universal. Al poco rato, la curiosidad me asaltó y le di otra oportunidad al vuelo. Me coloqué nuevamente la colchoneta en la espalda y la sujeté desde las axilas con los brazos por detrás. En cuanto sopló el más mínimo viento en el sentido apropiado, mis pies se despegaron del suelo. Me puse muy nerviosa, aunque en esta ocasión permití que la corriente de aire me elevara un poco más y más y más y más. Mi cabeza aterrada estaba saturada de dudas: ¿y si nunca más podía bajar y tocar el suelo? ¿y si descendía tan abruptamente que me moría? ¿y si llegaba a otro país o, peor aún, a la mitad del océano? ¿y si? ¿y si…?

Pero la belleza del paisaje desde las alturas, empezó a seducirme de tal modo, que las preocupaciones pasaron a segundo término. Carros, casas y personas se empequeñecían más y más, a medida que me elevaba. Desde las alturas podía tomar distancia y perspectiva de mi entorno y verlo más hermoso que nunca. Sobre todo, me divirtió ver las relucientes coronillas de los calvos que reflejaban incandescentes la luz del sol; los gatos que paseaban sin visa sobre los tejados traspasando fronteras entre edificios; los peinados abigarrados de quinceañeras que, enfundadas en enormes vestidos color pastel, se apiñaban, junto a sus doce chambelanes relamidos y llenos de acné, por la estrecha escotilla del quemacocos de una limusina; los pájaros que se posaban desvergonzadamente sobre las cabezas de ilustres personajes de la historia humana y que, antes de emprender el vuelo, les dejaban de recuerdo un manchón de guano.

En fin, me volví aficionada a volar con mis alas de colchoneta. Con la práctica, pronto descubrí qué corrientes había que tomar para despegar, cuáles para elevarse, cuáles para quedarse suspendido y cuáles para descender. Me encantaba volar y cada vez le dedicaba más y más tiempo y mi técnica mejoraba. 

Un día, al apenas despegar, antes de superar la altura de un edificio de cinco pisos, vi en la banqueta a muchas personas reunidas. De entre ellas reconocí primero a mi vecino, luego a mi hermano, a una amiga íntima, a un viejo amigo, a mis papás, a gente con quien había trabajado, a mis colegas, a mi esposo, a mis exnovios. Todos estaban ahí alrededor de una inscripción en piedra que decía: “Aquí murió Sofía Rozanes, quien siempre quiso volar y finalmente logró llegar hasta el Cielo.”

Estaba muerta.

Estaba muerta, hoy sigo estando muerta. Pero en ese momento me sorprendí de que no estaba triste al respecto, en cambio, muy por el contrario, era feliz de ver a mi gente querida ahí reunida para despedirme. Quise tanto y se me quiso tanto que la vida entera tuvo sentido.

Las miríadas de flores que habían llevado eran, desde la altura, un salpicadero de manchones de colores que hacían del paisaje el más bello de todos los que había visto en ninguno de mis vuelos anteriores.

P.D. Siempre volé sola, era un secreto que me reservé para mi misma. Nadie nunca me vio volar con mi colchoneta. 

Ilustraciones de: Paola Celada / Página web: www.paolacelada.com /Instagram: Paola Celada 
Técnica: Grafito y carboncillo sobre papel.

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