Soñé que te iba a ir a visitar a Tepepan, ¿tú crees? Pero, como odio el tráfico, salía muy temprano. Te digo que cuando se conocieron mis papás, mi mamá vivía en Tepepan y cada vez que venía a México de visita, quería que fuéramos; yo siempre le decía que no, que me daba una flojera espantosa el tráfico. Por esa razón nunca he ido, ni conozco Tepepan.
En mi sueño salía a las 6 de la mañana de mi casa. La cosa es que mi carro tiene placas de Colima, entonces no circula ningún día antes de las 11am… ni los jueves todo el día… ni los sábados. Por lo tanto, me llevaba el auto de mi viejo; pero ya estoy bien ciscada, cada vez que manejo, vaya en el carro que vaya, cuando veo una patrulla de policía creo que me va a parar porque se me ha olvidado que, justo ese día, no circulo.
Sobra decir que me ha pasado ya varias veces; aunque siempre salgo bien librada con el personaje de la pobrecita provinciana que se gana la vida de artista. Es fácil convencerlos cuando voy en mi carcachita. Hasta les lloro un poquito en ocasiones, cuando los oficiales se ponen difíciles.
Aquella mañana, veo a lo lejos una patrulla de policía, bueno, más bien veo su torreta y me late el corazón a mil por hora. Luego veo otra y otra. Aunque pienso que quizá no me siguen a mí, lo mejor será perderlos de vista, así que me meto en un túnel subterráneo tipo el que tomas viniendo de Observatorio para salir a Constituyentes rumbo a Santa Fé, ¿ubicas?
Ahí abajo del túnel, hay una curva y alcanzo a percibir que detrás de la curva, hay algo que no es un coche y que se mueve agitadamente. Doy la vuelta con mucho cuidado para no estamparme contra aquel ente y me percato de que es un perro Gran Danés gigante y negro que más parece un caballo.
Se ve muy estresado, busca desorientado algo y no parece saber hacia dónde dirigirse. Los demás carros, en cuanto lo alcanzan a ver, lo tienen que sortear para no chocar contra él y dan peligrosos volantazos de último momento.
No me puedo detener porque hay muchos autos circulando rápidamente, así que salgo del túnel y me estaciono enseguida. Te quiero marcar por teléfono para ver si me puedes echar la mano, pero no hay señal. Al parecer ya estoy en Tepepan, es un pueblo y hay muchos perros callejeros vagando por ahí.
Desesperada, le pregunto a la señora de un puesto de revistas si sabe de quién es el perro grandote que está en el túnel, pero no parece siquiera entenderme, me ignora. Ahora, le pregunto a un señor que vende raspados y éste me hace saber que lleva ya unos días merodeando por ahí.
Me doy cuenta que soy yo y sólo yo quien tiene que ir a salvarlo. Me interno en el túnel, pegada a la pared, por una de esas mini-banquetitas que les dejan a estos túneles
Cuando estoy por llegar a la curva, veo al perro y le silbo. Él se echa a galopar hacia mí, pero cuando reconoce que no soy su dueño (o al menos, eso yo leo en su comportamiento) se da media vuelta nuevamente desorientado.
En eso, un auto no lo ve, lo golpea y lo lanza volando hasta la pared contraria del túnel. El cuerpo inerte del perro queda embarrado en el muro, dibujando su silueta en aquella postura monstruosa en dos patas.
Es enorme, casi de dos metros.