El impulso encuentra sincronía y la sincronía encuentra equilibrio en movimiento.
La suerte está echada, mas la moneda caprichosa en lugar de caer sobre una cara o una cruz ha caído al suelo arremolinándose sobre el filo entre las dos: ni cara, ni cruz, incertidumbre. Mitad de probabilidad que caiga en cara, la otra mitad de que sea cruz. Aunque ahora nos parezca imposible que pierda aquel giro vertical, es un hecho que sucumbirá a la fuerza de gravedad. Gira tan rápido que el disco se distorsiona en una esfera de rayones plateados y dorados sin permitirnos adivinar a quién favorecerá.
Ha perdido inercia, comienza a tambalearse dudosa, picarona. Cruz, cruz, cruz, cruzan los dedos los que le han apostado a la cruz; cara, cara, tensan la mueca los que van por cara. ¡Cara! ¡Cruz! ¡Cara! ¡Cruz! La moneda nos burla a todos con engañosos saltitos titubeantes, hasta que finalmente rendida del retozo la moneda se desploma categóricamente con cara hacia arriba.
En un bailarín el giro no es, en lo más mínimo, cuestión de suerte, sino de técnica, llámese física mecánica o equilibrio zen. Todo músculo y hueso se involucra en el despegue y una vez que la fuerza centrípeta arranca, el balance se establece en una perfecta armonía de tensión y sosiego sobre el eje, entonces son sólo la rotación del cuello y el peso de la cabeza quienes mantienen el rítmico dinamismo quimérico.
Spot: ahí está mi frente, ahí está otra vez y otra vez y otra y otra y otra vez y otra vez; y cada que se suma un spot el espíritu del bailarín levita un milímetro más en una espiral ascendente. Lo imposible se hace posible. Es tan breve ese momento, sólo un instante, que suele pasar desapercibido para el espectador. Como un truco de magia: el giro es más rápido que la vista. Así que la próxima vez que vean a un bailarín girando, presten la suficiente atención y en una de esas, si realmente se esfuerzan, lograrán ver como el ánima del bailarín se desprende del metatarso sobre el que gira y se alza por los cielos en un torbellino, como un globo con gas.
A parte de los sueños angustiantes en los que el bailarín, aún sin el vestuario puesto o con las mallas enredadas entre las piernas, escucha desde el camerino las primeras notas a las que se supone debería estar bailando; o en los que el bailarín entra al escenario y su cerebro paralizado borra todo rastro de coreografía –¿cómo empezaba?, ¿cómo seguía?, ¿dónde iba?—; además de esas pesadillas propias de la profesión, el bailarín tiene un sueño sagrado que al despertar de él lo hará sentir radiante por el resto del día, del año, de la vida; del que se jactará por siempre como si hubiese sido realidad; un sueño que pondrá en su currículo: “Soñé que giraba quince pirouettes”.
Y si una niña, Sophia Lucia, a los nueve años rompió el récord Guiness girando 54 pirouettes, el bailarín no-mutante no se dejará intimidar por la aberración de esta mocosa, ni siquiera considerará ésta una meta alcanzable a cumplir nunca, al menos no despierto. El bailarín mortal se limitará a esperar aquella noche en que se vuelva a presentar el sueño en que rompe su propia marca de esta sensación gloriosa de giro, equilibrio, suspensión, movimiento y ritmo.
Video de: Daniela Mora / Instagram: @morazvl / Facebook: Daniela Mora Para leer sobre la artista y su colaboración con En Sueño, da click en el botón de abajo.
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