Mamá en el circo.

Mi mamá trabajaba en un circo. 

Ajuareados en llamativos vestuarios que se ajustaban a sus atléticos cuerpos, de telas brillantes y repletos de lentejuela, cada noche, frente a un público embelezado, los demás artistas de la troupe, ejecutaban con suma destreza actos de incalculables riesgo y osadía.

Los espectadores perdían el aliento preocupados por la suerte del acróbata que desafiaba la gravedad, atónitos por el trapecista que volaba por los aires, azorados por el retorcimiento del contorsionista, asombrados por la habilidad del malabarista o muertos de la risa por las ocurrencias del payaso; y la gente no recuperaba la respiración ni el ritmo cardiaco, sino hasta que estos intrépidos artistas estaban de pie, fuera de peligro y victoriosos sonreían alzando los brazos; entonces sí, el público se desbarataba en aplausos acalorados que premiaban la audacia de los saltimbanqui.

Mientras que esto ocurría, detrás del reluciente telón de terciopelo rojo que dividía las luces incandescentes del escenario de los ocultos bastidores; al fondo, en un rincón apartado, mi mamá hacía con absoluta modestia su extraordinaria magia. La faena de mi mamá en el circo era totalmente invisible para los ojos del espectador.  

Para ser exactos, la maestría en su giro dependía, justamente, de pasar totalmente desapercibida; de que nadie jamás tuviera la más mínima sospecha de que había alguien detrás de toda esas maravillas. Había que hacerle creer a la gente que esos seres eran así por naturaleza y que no había mano negra.

Mi mamá, auxiliada tan sólo por unas tijeras, un resistol y una cinta adhesiva, se consagraba al arte de ponerle alas a un caballo para que pasara por pegaso; le pegaba un cuerno al centro de la frente a otro caballo para que se convirtiera en unicornio, le aplicaba vello facial a la mujer barbuda, una cabeza adicional al perro Ortro y una cola escamosa a la mujer lagarto.

Una vez listos, estos especímenes salían esplendorosos de sus crisálidas, directo a los reflectores donde asombraban a toda la audiencia con el último número de la noche, titulado “Los Seres Fantásticos”. Entonces mi mamá paraba la oreja para escuchar con atención, a través del telón de terciopelo rojo, las exclamaciones que la concurrencia entusiasta dejaba escapar al ver sus creaciones. 

Lo que de verdad le hinchaba el corazón de felicidad, era cuando alcanzaba a percibir la vocecita de un niño o de una niña que le preguntaba a sus papás: “¿Y de verdad vuela el Pegaso?”;“¿Y su mamá también tiene cola?”; “¿Es malo?”; “¿Lo puedo acariciar?”; “¿En qué idioma habla?”; “¿De verdad me recogiste a mí también en un circo?” Estas preguntas llenas de inocencia e imaginación eran el mayor elogio al trabajo invisible que hacía en aquel entonces mi mamá en el circo.

Ilustración digital de: Lucía Sarabia / Instagram: Lucía SarabiaFacebook: Lucía Sarabia

Para leer sobre la artista y su colaboración con En Sueños, da click en el botón de abajo 

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