Autódromo

El impacto seco.

De mi cráneo contra el suelo.

El retumbar del abrasador centro de la Tierra. La onda que cimbró los hemisferios. Norte y Sur, Este, Oeste. El estremecimiento de las entrañas. La explosión de adrenalina que anegó mi organismo.

Fue mi aparatoso derrumbe lo que detonó la irregular interrupción del tiempo; por una micronésima de segundo el mundo dejó de girar, los astros hicieron huelga y se negaron a seguir el rumbo de sus órbitas, la energía vital encontró un cómodo reposo y, después de años de continuo ajetreo, a los habitantes del Universo nos dio tiempo de, con calma, repasar en cámara lenta cómo es que se habían sucedido los últimos instantes de nuestras vidas. Pudimos -animales, plantas y humanos, quizá hasta piedras, no lo sé- pausar el curso de nuestra existencia, rebobinar la cinta y reproducir en nuestro proyector mental aquel brevísimo intervalo entre el estado cotidiano y sin sobresaltos, y aquella condición abrumante de accidente, cataclismo y calamidad.

La punta de mi zapato atorada en el borde de aquel escalón gris de cemento firme y aplanado que no vi; el agobio que se había venido acumulando sobre mis hombros desde las últimas semanas, los últimos meses, tal vez años. La taza de café que todavía, tirada en el suelo, sostenía empuñando de la oreja. La manera heroíca en que había defendido, a capa y espada, el líquido caliente en su interior de no ser derramado: no metí las manos para amortiguar el golpe, nada intercedió entre las durezas del suelo y la de mi testa; sacrifiqué mi propia cabeza por las gotas de la infusión marrón. El triunfo: ¡salvé el café! La derrota: me desplomé. Los reproches: ¡soy una idiota!, debí haberme fijado mejor, debí haber soltado la taza. La esperanza: sólo fue un golpecito. Ahora me levanto. El absurdo: ¡qué vergüenza! Se estarán riendo de mí. El desánimo: ¡Se me viene el mundo encima! La inercia: tengo miles de cosas que hacer y yo muriendo.

Ahí estaba yo, tendida en el suelo de concreto en una postura grotesca, lo súbito del desplome había sacado de la ecuación el recato y la valoración estética. Con los ojos abiertos de par en par veía como todo regresaba poco a poco a la normalidad: el deshiele de las ánimas, la despetrificación del tiempo.

Desde aquella desventajada posición horizontal, me percaté de que había regados, a todo mi alrededor, fragmentos de mi cráneo. Haciendo acopio de esfuerzos me incorporé, porque aunque no me dolía el cuerpo, ni siquiera lo sentía, éste no me respondía correctamente. Contrahecha y con trabajo, acerté sentarme al filo del maldito escalón aquel: cómplice y artífice de mi tropezón. Desde ahí, extremando paciencia y atención, recolecté cada añico de cráneo que encontré. Y como quien arma un rompecabezas rearmé mi calavera, encajando la ranura de una pieza con la protuberancia correspondiente de otra. Ahí estaba mi pelona rearmada, mirándome burlonamente con su sonrisa de mazorca, chupada hasta los huesos, con los huecos oculares y la cavidad nasal vacíos. ¿De qué te ríes, desvergonzada?

Entonces, caí en la cuenta de qué se reía la huesuda: al costado derecho del cráneo quedaba una fisura diminuta aún por rellenarse: había una pieza del rompecabezas extraviada. Examiné de nuevo conciensudamente cada centímetro cuadrado de la superficie, como quien busca la mariposita de un arete que se le ha caído. Finalmente encontré la astilla faltante, la sostuvé entre el pulgar y el índice para alzarla a la altura de los ojos e inspeccionarla mejor. El contorno de ese añico me recordaba algo, ¿pero qué era? ¿qué era? Entonces entendí: tenía exactamente el mismito dibujo que la pista del Autódromo Hermanos Rodríguez, con las mismas curvas y todo. ¡Esa canija flaca tan juguetona es tremenda!

Fotografía de: Catalina Mesa Zamudio / Instagram: @magentapunch Facebook: Magenta Punch

Para leer sobre la artista y su colaboración con En Sueño, da click en el botón de abajo.

3 comentarios

  1. Desde siempre adoré tu relación con las palabras; menuda, aguda, aguerrida y ahora más encausada. Gracias por esta bella y onírica iniciativa. Tiendes a lograr frases memorables a cada rato y eso es poco común. Te seguiré leyendo y disfrutando. Soñar cuesta tanto como despertar.
    Te abrazo mucho, siempre.

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    1. Apenas descubrí cómo contestar! Muchas gracias, mi Gus adorado,maestro de muchos que han descubierto contigo su manera de escribir y observar la comedia de la vida. A ver si me mandas un sueño tuyo para publicarlo. Te abrazo mucho, siempre.

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